domingo, 1 de mayo de 2011

EL DESTINO DE LOS LUGARES

Edward Shockley, gano el premio Nobel de Física en 1956  por su histórico trabajo en el campo de la electrónica que llevaría a la invención del transistor en los míticos Laboratorios Bell en New Jersey. Un año antes había fundado Shockley Semiconductors, en Moutain View, California. Se había trasladado ahí porque su madre estaba enferma y quería estar cerca de ella. Ese trasteo fue el detonante de lo que hoy se conoce como Silicon Valley al sur de San Francisco. La mayoría de las empresas que crearon este “cluster” de alta tecnología fueron fundadas por ex empleados de Shockley que florecieron en un ambiente de innovación apoyados por las condiciones únicas de la zona. Quizás las más determinantes fueron la existencia de centros educativos de gran calidad como la Universidad de Leland Stanford y una sociedad repleta de inmigrantes y emprendedores del oro abiertos al cambio y a las cosas nuevas y diferentes. Hoy miles de ciudades en el mundo, de Tel Aviv a Medellín, se preguntan cómo crear un nodo de tecnología e innovación al interior de ellas o como ser la próxima Electronic City de Bangalore, India. En su libro Las Ciudades del Conocimiento, Margaret Pugh O'Mara, una investigadora de polos de innovación tiene una receta poco ortodoxa para los estados: entregue una cantidad de dinero considerable a gente  estudiosa y brillante, provea un buen soporte de infraestructura, asegure un ambiente de integración social, y no se meta en su camino. Tal vez años más tarde su nivel de patentes se ha disparado a proporciones astronómicas.
En 1975, la policía de Alburqueque, Nuevo México tenía entre ojos a un jovencito con cara de “nerdo” que andaba a grandes velocidades en lujosos autos. Creían que era un vendedor de drogas. ¿Cómo más podría tener tanto dinero a tan corta edad? Había llegado ahí porque en esta ciudad estaba su más grande y único cliente. Este joven de nombre William Gates se movería algunos años más tarde a Bellevue, Washington cerca de Seattle, porque le hacía falta su familia. La particular visión de la educación de Bill Douglas en el Bachillerato Lakeside sembró en Gates, junto a Paul Allen, una semilla que nadie imagino donde llegaria. Hoy Microsoft Corporation es la empresa más grande de la megalópolis del NorOeste de Estados Unidos (llamada Cascadia) y genera 40,000 empleos y un 15 % del PIB local. En Seattle también están basadas Starbucks y Boeing. Desde Portland a Vancouver las noticias sobre el desarrollo humano son cada vez más alentadoras: ciudades que se auto-limitan democráticamente con tranvías y sistemas de transporte multi-modales excelentes así como primerísimos lugares en calidad de vida en todos los rankings que miden los lugares donde habitan las sociedades humanas.
En el siglo XIX, Chicago era un asentamiento urbano derivado de la presencia militar que ejerció Estados Unidos durante la Guerra de Independencia en la Región del Oeste Medio. En 1887, Isham Randolph,  un competente y arriesgado ingeniero que trabajaba para el Acueducto de Chicago decidió que era importante conectar a Chicago con el Mississippi, por donde entonces fluía el desarrollo comercial de Estados Unidos. William Cronon narra la impresionante obra de infraestructura  que hizo la ciudad al construir un canal de 45 kilómetros para unir los ríos Chicago y Des Plaines y posteriormente al Mississippi, uno de los ríos más importantes del mundo. Por el canal de Drenaje de Chicago no solo se movía el comercio desde Canadá y los Grandes Lagos hasta el Golfo de México, sino el drenaje de las aguas tratadas de la ciudad. Su construcción fue el más grande movimiento de tierra hasta ese momento en la historia, y duro 35 años. Después de esta obra, Chicago se convertiría en el nodo más importante en el transporte de Estados Unidos y desde donde partiría la avanzada a California y la Costa Oeste durante el siglo siguiente. El resto es historia. Hoy Chicago ocupa un lugar privilegiado en el olimpo de la historia urbana como la primera “metrópolis” moderna.
En 1925, lo que hoy en día conocemos como Miami Beach era un manglar lleno de mosquitos y lagartos. En una visita a la zona por azar, Carl Graham Fisher, un empresario de Nueva York, vio, lo que Miami es hoy en día, un destino turístico internacional con playas de arena blanca y aguas cristalinas. Y sobre todo un escampadero para el invierno del norte del país. Invirtió en su sueño, la mayoría de su fortuna, rellenando pantanos, construyendo vías e infraestructura. Pero una debacle en bienes raíces lo quebró y murió sin ver su sueño hecho realidad. Sin embargo, ahí quedaron las calles y los lotes sobre los que otros construirían lo que hoy es una de las ciudades más dinámicas del continente en flujos económicos. La postal de las playas de Miami Beach que Fisher algún día imagino hoy vende $261.30 billones de dólares. El PIB de Colombia en 2009 fue de $234.05 billones de dólares según los indicadores del Banco Mundial.
La mayoría de los lugares que tienen alguna importancia en el mundo hoy en día tuvieron momentos así. Momentos de suerte, puntos decisivos en la historia de las sociedades, “saltos al futuro”, muchos de ellos derivados de acciones de individuos que cambiarían el curso de las cosas en cuestión de unos años. Algunos son líderes públicos o sociales, alcaldes, gobernadores o dictadores. Otros empresarios e innovadores. Todos tomadores de riesgo. Alguien decidido, con ideas fuertes y arriesgadas. Muchas ciudades no hemos tenido momentos así. Muchas son dirigidas por burócratas y políticos complacientes que se mueven según la necesidad de votos y de intereses muy particulares de corto plazo y nunca tienen agallas o la visión para responder con la decisión y la fuerza que requiere cambiar el rumbo de una sociedad. Los saltos no son ejecutar un presupuesto sino inversiones de largo plazo. Es dejar de pensar en la educación y la salud como inversión, son gastos del Estado. Las inversiones están reservadas para esos imaginarios de futuro. La mayoría de las veces, el costo de muchas de estas tareas hercúleas es la muerte del protagonista.

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